El fútbol, mi primo y yo - Parte I
- El Kolitrinche
- 26 mar 2016
- 4 Min. de lectura

Se me viene el recuerdo de las innumerables anécdotas que pasé junto con mi primo en un estadio de fútbol.
Mamá cuenta que, de pequeñito, yo quería salir a jugar con la pelota desde muy temprano. Siempre me gustó patear la pelota. Sin que nadie me lo inculcara, siempre me ha gustado el fútbol. No he sido un gran jugador, sin embargo, me gusta practicarlo, verlo (ahora más por la TV que en el estadio), hasta me atrevo a comentar y dar mis apreciaciones como todo un DT.
Aprendí a querer mucho más este deporte cuando comencé a ir al estadio, a la edad de los seis años. En ocasiones iba junto con mi padre, mi abuelo, un tío por ahí y mi primo; o con los amigos de barrio a las famosas “segundillas”, que se trataba básicamente de estar parados en alguna de las puertas del estadio a esperar que – con la benevolencia de los porteros – nos dejen ingresar al estadio una vez iniciado el segundo tiempo (si había suerte) o cuando faltaban veinte o diez minutos para el final del partido.
Pero la mayor cantidad de ocasiones que iba al estadio fue solo con mi primo.
Mi primo es cinco años mayor que yo. Él venía desde su casa a recogerme, normalmente era un domingo por la tarde. Siempre me decía que lo esperara bañado y bien vestido; recuerdo que en ocasiones hasta me ayudaba a peinar mi complicada cabellera.
Al inicio no entendía el porqué de la “elegancia”. Almorzábamos bien para aguantar la jornada futbolera, mi mamá me daba una propina, las recomendaciones del caso y luego partíamos caminando hacia el estadio que se encontraba cerca de casa.
Mi primo conocía ¡todos los nombres de los jugadores!, lo admiraba mucho por eso; yo también quería aprenderme los nombres de todos – y en especial – de los jugadores de nuestro equipo que simpatizábamos.
En aquellos tiempos - los años ochenta - se podía ver los famosos “tripletes”, que constaba de tres partidos de fútbol seguidos, que iniciaban por la tarde hasta el anochecer. Dichas jornadas eran muy pintorescas por tener - en un solo estadio - seis barras o simpatizantes distintos - cada una con su particularidad- de los respectivos equipos que iban a jugar. Se veía familias enteras asistir al recinto, chicos igual que nosotros, personas de la capital como del interior del país. No existían las barras bravas como hoy en día, uno podía estar sentado cerca de la barra de otro equipo y gritar el gol del equipo de nuestros amores sin temor; te podían mirar mal, algún chiflido o a lo mucho alguna pelea entre dos señores excitados por el fragor del partido, que al poco tiempo eran separados, pero nada más.
Nosotros íbamos a la zona popular. Uno observaba la “picardía” de las personas que asistían en dicha zona, los personajes pintorescos de siempre en estos tipos de eventos: el abuelito vendedor de canchita, el vendedor de empanadas de carne “sin carne” a solo cincuenta centavos, la señora de los sándwiches de pollo o de los pasteles, el señor de las vinchas, etc. Después de eso yo me concentraba – a pesar de mi edad - en ver los partidos e ir aprendiendo los nombres de los jugadores.
Como dije, al inicio no entendía porque ir “bien vestido” si íbamos a la zona popular. Mi primo me enseñó la razón: al terminar el segundo tiempo del segundo partido o el primer tiempo del último partido, donde normalmente jugaba el equipo al cual éramos hinchas, salíamos de la zona popular hacia la zona de occidente que era la tribuna más cara.
Recuerdo la puerta cuatro, que era la puerta especial del estadio donde ingresaban los jugadores, dirigentes o señores con algún tipo de poder o cargo y además te llevaba hacia la misma cancha. Ahí entraban y salían las personas en cualquier momento; se formaba una cola para ingresar, normalmente eran dirigentes o algún invitado en especial.
Mi primo - muy astuto - me tomaba de la mano y nos colocábamos entre dos señores de la cola - a veces pidiendo permiso para que nos haga entrar, a veces solo con una mirada cómplice –. Otros niños hacían lo mismo, sin embargo, por estar sucios o por sus “fachas”, los señores los apartaban de la cola o simplemente en la portería no los dejaban pasar. Con nosotros pasaba todo lo contrario, incluso hubo ocasiones que entrábamos de frente. Asumo que los de portería al vernos delante o al lado de un señor o dirigente pensaban que éramos sus hijos. Debo reconocer la frialdad de mi primo para esas cosas, no como yo que me ponía nervioso.
Y así vivimos muchas jornadas futboleras, a veces al ras del campo, junto con los jugadores de la banca e incluso dando la vuelta olímpica cuando salió campeón nuestro equipo. Más hincha no podíamos ser.
Ah, y con el tiempo no solo me aprendí el nombre de todos los jugadores de mi equipo, sino, el de todos los equipos del campeonato, hasta los suplentes.
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