El Circo
- El Kolitrinche
- 12 ago 2016
- 3 Min. de lectura

¿Cuántos recuerdos y anécdotas se puede tener en un circo?
Con mi familia, en fiestas patrias, solíamos asistir a los espectáculos circenses.
En los 80´s venían tres a cinco circos distribuidos en la ciudad. Tuve la suerte de poder asistir a muchos de ellos, ya sea porque mis padres compraban las entradas, por medio de la escuela primaria (en donde los circos se acercaban a ofrecer entradas a precio especial), o por algún familiar que le regalaban pases a dichos espectáculos. Es por ello que llegué a asitir hasta en tres oportunidades al mismo circo en alguna ocasión.
Mi padre incluso tuvo familiares lejanos que tenían un circo popular de la época, que por cierto, nunca llegué a ingresar mas lo pude ver desde fuera.
Recuerdo como nos quedábamos asombrados viendo las motos en la esfera de la muerte; equilibritas y trapecistas con sus triples saltos mortales; los tigres de bengala y leones, elefantes, caballos y perritos amaestrados; magos y faquires; lanzadores de cuchillos con fuego; y los infaltables payasos de narices rojas, zapatos grandes en punta, peluca y vestuario multicolor.
Estaban los circos mexicanos, americanos, rusos; los circos de personajes como King Kong, La Chilindrina, Kiko, El Payaso Popy y tantos otros personajes que cuando uno es niño te quedas maravillado y sorprendido al verlos en vivo y en directo.
No podía faltar la venta de la foto de recuerdo familiar - en forma de un mini visor -; la canchita, el algodón, la manzana dulce, los muñecos de payasos, las espadas luminosas, los soldados paracaidistas y tantas otras cosas que eran ofrecidas en el intermedio o a la salida de la función.
También tuve la oportunidad de asistir a circos populares - ya un poco más grande - donde escuché por primera vez el término de "gancho", que significaba pagar por una entrada y se entraba dos personas comunmente. Obviamente la calidad del espectáculo era muy sencilla: el escenario, las tribunas, el toldo parchado, los animales flacos y los payasos eran más ácidos en sus chistes.
Quedará en mi recuerdo cuando asistimos al "Circo del Payaso Popi" muy entusiasmados y emocionados; en aquel año dicho personaje estaba de moda a nivel latinoamericano y era del gusto de chicos y grandes. Y de "grandes" puedo dar fe en ello, ya que uno de los más entusiasmados en ir al circo era mi padre, quien - al igual que nosotros - se sabía muchas de las canciones, en especial una llamada "Carolina" en la que el payasito le cantaba a su menor hija.
En aquella oportunidad asistimos mi padre, mis dos hermanas y yo; mi madre por un tema laboral no pudo acompañarnos.
El clímax del momento sucedió cuando salió al escenario Popy, la gente se volvió loca; entonces, el payasito preguntó: "chicos ¿Qué canción quieren escuchar?", todos gritaban sus canciones favoritas y entonces sucedió algo inesperado para mis hermanas y yo: mi papá se levantó de su sitio y - desde la tribuna - gritó "a voz en cuello" ¡Carolinaaaaa! unas tres o cuatro veces, logrando así captar la atención del payaso, quien lo señaló (sorprendido tal vez al ver a un adulto solicitar tan estusiasta una canción), y le sonrió; otros niños se aunaron al pedido y el payasito comenzó a cantar: "Caro Caro Carolina, la princesa de ..." .
Mi padre fue un niño más aquella ocasión; esa noche todos fuimos muy felices. Fue algo inolvidable.
Años más tardes comprendí que ser adulto no quiere decir dejar nuestro "niño" interno, siempre tenemos que sacarlo a luz cuando las circunstancias o los momentos lo ameriten.
No debemos perder el entusiasmo por las cosas sencillas que te brinda la vida, que a la vez dan alegrías y buenos recuerdos que perduran para siempre.
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