top of page
Buscar

La mano de plátanos

  • El Kolitrinche
  • 29 ago 2016
  • 2 Min. de lectura



Tuve una etapa - en mi niñez - en que "devoraba" todo lo que podía. Así que, en una ocasión sucedió algo muy gracioso por mi gula.


Cada cierto tiempo (en especial en la primavera o las vacaciones escolares de verano) íbamos - en grupo - a un parque grande. Allí había una pileta igual de grande, esculturas de color blanco, pisos y cubos parecido al mármol, una casa con un camino peculiar que siempre se encontraba cerrada, bancas rodeadas de flores y plantas, y caminitos. Dicho parque se encontraba relativamente lejos (para nuestra edad) de nuestras casas, por ello siempre íbamos con un adulto al menos.


Para llegar al parque, cruzábamos un par de avenidas principales, un par de parques (del cual uno más pequeño era muy sucio y tenía mal olor); al lado del parque había un grifo y restaurante de cómida rápida en forma de ballena; desde el parque también se podía ver el estadio de fútbol de la ciudad.


El grupo estaba conformado normalmente por una abuelita y sus dos nietos (amigos de barrio), mis dos hermanas y yo, uno o dos amigos más y - en ocasiones - nos acompañaban algunos primos.


Íbamos agarrados de la mano los más pequeños- cantando, conversando, riendo, molestando, observando - presurosos para jugar, correr, manejar triciclo, volar cometa, pasear, trepar árboles o las esculturas, ver los renacuajos o sapos del estanque y comer. Esto último, cada grupo llevaba su fruta, refresco, algún sándwich o snack para comer en el camino de ida, en el parque mismo y, si quedaba alguito, para el trayecto de regreso.


Yo siempre, ávido por comer hasta "llenar la panza", no solo comía mi parte, sino que siempre buscaba comer la parte que correspondía a mis hermanas también.


Sucedió que, la mano de plátanos que había llevado la abuelita para sus nietos se habían madurado mucho (por efecto del calor seguro), la cáscara ya tenía un color marrón; como no les gustaba así, la abuelita se disponía a tirar al tacho la mano de plátanos, la detuve y le dije que me los diera (era una de mis frutas preferidas). Todos se quedaron sorprendidos por mi petición, ¡los plátanos estaban muy maduros!.


Así que contento, me comencé a comer uno a uno los plátanos "de seda" (de mediano tamaño) mientras seguíamos jugando. A la media hora o un poco más de haber ingerido la mano de plátanos, sentí un revoloteo en mi estómago, ¡necesitaba un baño!

Para variar en dicho parque no había baño alguno, entonces mi hermana mayor - riendo - me dijo que me aguantara hasta llegar a casa.


Se apiadaron de mí - seguro al verme sudando frío y algo quieto - y decidieron el retorno a casa; ¡fue el trayecto más largo de mi vida!


Cuando uno es niño no mide las consecuencias de sus actos, y - terco yo - no aprendí la lección, pasaron mucho eventos similares a consecuencia de mi descontrolada glotonería. Aunque dejé de comer plátano por un tiempo después de dicha anécdota.

Actualmente dicho parque ha sido remodelado, está enrejado, cuenta con varias piletas que brotan agua de colores y formas imágenes al ritmo de la música y se paga por ingresar.


 
 
 

Comments


Featured Review
Tag Cloud

© 2016 por El Kolitrinche.

  • Grey Facebook Icon
  • Grey Twitter Icon
  • Grey Google+ Icon
bottom of page